La Fuerza del Espíritu | Wayne Dyer
Está escrito en el Bhagavad Gita, el antiguo libro santo oriental:
«Nacemos en un mundo de naturaleza; nuestro segundo nacimiento es en un mundo de espíritu».
Este mundo espiritual se presenta a menudo como algo separado o
distinto de nuestro mundo físico. Creo que es importante ver lo
espiritual como una parte de lo físico y no separar estas dos
dimensiones de nuestra realidad. Juntos forman un todo. El espíritu
representa lo que no podemos validar con nuestros sentidos. Algo
parecido al viento, que podemos sentir pero no tocar.
Dos grandes santos de diferentes partes del mundo, así como de diferentes creencias religiosas, han descrito así el espíritu: «El espíritu es la vida de Dios dentro de nosotros»
(santa Teresa de Avila); «Lo que arrastra la mente hacia fuera es
inespiritual, y lo que arrastra la mente hacia dentro es espiritual»
(Ramana Ma-harishi).
La clave para comprender lo espiritual está en
esta idea del mundo interior y el mundo exterior; un solo mundo, pero
dos aspectos únicos del ser humano.
Tengo un amigo que compara lo
físico con una bombilla y lo espiritual con la electricidad. Insiste en
que la electricidad existe desde hace tanto tiempo como la
espiritualidad, pero cuando fue descubierta no hicimos de ella una
religión.
Asimismo, la espiritualidad a la que yo
me refiero nada tiene que ver con lo religioso. La religión supone la
presencia de una ortodoxia, unas reglas y unos textos sagrados por los
que la gente se guía durante largos períodos de tiempo. En general, la
gente nace en una religión y se la educa para que siga las costumbres y
prácticas de esa religión sin preguntar. Se trata de costumbres y
expectativas exteriores a la persona y no entran en mi definición de lo
espiritual.
Prefiero la definición de espiritualidad descrita en las observaciones de santa Teresa y de Maharishi.
La espiritualidad viene de nuestro interior y es el resultado del reconocimiento, la percepción y la reverencia.
Para mí, la práctica espiritual es una manera de hacer que mi vida
funcione a un nivel más elevado y de ser guiado hacia la solución de los
problemas. La manera en que yo, personalmente, lo hago, implica unas
prácticas simples pero básicas. Las he enumerado por orden de
importancia para mí.
1. Rendición
Es
la primera porque es la más importante y a menudo la más difícil. A los
que creen que la vida es un proyecto de «hágalo usted mismo» les
resulta difícil admitir que necesitamos la ayuda de otros sólo para
sobrevivir un día. Para rendirte, debes ser capaz de admitir que estás
indefenso. Eso es, indefenso.
En la rendición, mis pensamientos son
algo así: «Sencillamente, no sé cómo resolver esta situación y se la
entrego a la misma fuerza a la que entrego mi cuerpo físico cada noche
cuando me duermo. Confío en que gracias a esta fuerza seguiré digiriendo
mi comida, mi sangre seguirá circulando, etcétera.
La fuerza está ahí, a
mi alcance, y yo voy a tratar a esta fuerza, a la que llamaré Dios,
como a un compañero de más edad. Tomaré las palabras de las escrituras
al pie de la letra: “Todo lo que tengo es tuyo”. Estoy dispuesto a
entregar cualquier problema a esta fuerza invisible que es mi origen,
al tiempo que seguiré teniendo presente que estoy conectado en todo
momento con ese origen».
En otras palabras, la vida espiritual es una manera de caminar con Dios en lugar de caminar solo.
2. Amor
Activar las soluciones espirituales
significa transformar los pensamientos y sentimientos de discordia y
falta de armonía en amor. En el espíritu de la rendición y del amor
encuentro útil entonar para mí mismo: «Invito al bien más elevado para
todos los interesados a que esté aquí ahora».
Intento ver la ira, el odio y la falta de armonía como invitaciones a la rendición y al amor.
Pueden ser la puerta que nos lleve a
asumir la responsabilidad de nuestros pensamientos y sentimientos que
nos permita acceder al mundo interior de la espiritualidad. Al ser
consciente de esto, tengo la opción de dejar que el espíritu se
manifieste y trabaje para mí.
Yo empleo la metáfora de un cable largo
que cuelga de mi cadera y tengo la opción de conectarlo a dos enchufes.
Cuando lo enchufo en el del mundo material, recibo la ilusión de la
falta de armonía y eso se manifiesta en mi interior. Me siento
indispuesto, dolido, alterado, angustiado y desesperado y no soy capaz
de resolver o corregir mi problema.
Cuando estoy conectado de esta
manera lucho para obtener falsos poderes, cerrando la puerta al poder
místico o espiritual. Definir el poder sólo en términos materiales es
una clara indicación de que estamos desconectados espiritualmente.
Cuando imagino que este cable se
desenchufa del mundo material y se enchufa al espiritual, experimento de
inmediato una sensación de paz y alivio. Esta metáfora del enchufe
espiritual me recuerda al instante que debo sustituir la angustia o la
frustración por el amor. Me relajo y recuerdo que el espíritu es Dios,
que es sinónimo de amor. Emanuel Swedenborg expresó esta idea cuando
recordó a sus alumnos: «La esencia divina misma es el amor».
Este sentimiento de amor es la sustancia que mantiene unidas todas las células de nuestro universo.
Se trata de cooperar con y no de luchar contra. Se trata de confiar, no
de dudar. ¿Sencillo? Sí. Pero hay algo más: es profundamente eficaz
para resolver problemas.
El amor, y sólo el amor, disuelve toda la negatividad, pero
no lo hace atacándola, sino bañándola en frecuencias más elevadas,
igual que la luz disuelve la oscuridad con su sola presencia.
3. Infinito
Carl Jung nos recuerda que: «El aspecto
más revelador de la vida de una persona es su relación con el infinito
[...]». Mi concepto del infinito engloba la aceptación, sin lugar a
dudas, de que la vida es indestructible. La vida puede cambiar de forma
pero no puede destruirse. Creo que nuestro espíritu es inseparable del
infinito.
Este conocimiento de nuestra naturaleza
infinita es muy útil para poner todo en perspectiva. Confiar en la parte
de nosotros mismos que siempre ha sido y siempre será alivia la tensión
producida por cualquier situación dada. «El espíritu da vida, la carne
no cuenta para nada», nos dicen las escrituras. Todas estas cosas que
percibimos como nosotros mismos pertenecen a la carne. En términos de
infinito, no «cuentan para nada».
Cuando me desconecto de lo material y
vuelvo a conectarme con lo espiritual, abandono de inmediato el miedo,
los prejuicios y la negatividad. Sé que debo aplicar la energía de lo
espiritual a mi circunstancia vital inmediata.
Recibo amor infinito
de esa nueva fuente de energía. Esta siempre ha estado ahí, pero ahora
reconozco este poder infinito y veo que todos mis circuitos funcionan
con esta única fuente.
4. Mente vacía
Mi método espiritual de resolver
problemas consiste en estar en silencio y dejar fluir mis ideas sobre
cómo debería resolverse algo. En este espacio, escucho y me permito
tener la fe absoluta de que seré guiado en la dirección correcta.
Llámalo meditación, o plegaria si lo prefieres; tengo la firme
convicción de que es necesario meditar para nutrir el alma y acceder a
la ayuda divina.
Tras el acto en sí de la meditación
existe la voluntad de vaciar rni mente de lo que tengo que hacer y de
estar abierto a lo que, inevitablemente, acudirá a mí.
Envío un mensaje a
rni ego, que dice: «Voy a confiar en el mismo poder que mueve las
galaxias y da vida a un bebé y no en mis juicios egoístas sobre cómo me
gustaría que fueran ahora las cosas». Abandono mis pensamientos al
poder que tiene el espíritu de hacer que las cosas funcionen y me
deshago de todo lo que interfiere en la perfecta expresión de Dios
dentro de mí.
Vaciar por completo la mente de las
cosas que hemos de hacer conduce al perdón, que es un componente vital
de esta práctica. Alcanzar un estado de vacío significa deshacernos de
todos los pensamientos de ira y de culpa por lo que ha ocurrido en el
pasado.
Vacío significa eso: vacío. No hay espacio para aferramos a
quién hizo qué y cuándo, y qué equivocados estaban. Lo dejamos ir,
simplemente, y lo que queremos es seguir las normas de Dios, que
funcionan, y arrojar por la borda las nuestras, que es evidente que no
funcionan.
Así, cuando vaciamos nuestra mente de nuestros
pensamientos dirigidos por el ego, invitamos a que el perdón more en
nuestro corazón, y al liberarnos de las energías inferiores del odio, la
vergüenza y la venganza creamos una predisposición a la resolución de
problemas.
5. Generosidad y agradecimiento
A veces siento la necesidad de
recordarme a mí mismo que hemos venido a este mundo sin nada y que nos
marcharemos de la misma manera. De modo que encontrar una solución
espiritual a cada problema significa hacer lo único que podemos hacer en
la vida, que es darla y, al mismo tiempo, agradecer la oportunidad de
hacerlo. Esta es una fórmula que a mí me funciona:
— Recibo del mundo exactamente lo que yo
he dado al mundo, lo cual es una manera de expresar el proverbio: «Como
sembrares, recogerás».
— Si el mensaje que doy al universo es:
«Dame, dame, dame», el universo me enviará el mismo mensaje: «Dame,
dame, dame». El resultado es que nunca me sentiré en paz y estaré
condenado a pasarme la vida intentando satisfacer todas las exigencias
que se me imponen.
— Si mi mensaje al universo es: «¿Qué
puedo dar?» o «¿De qué manera puedo servir?», el mensaje que recibiré
del universo será: «¿Cómo puedo servirte a ti?» o «¿Qué puedo darte?».
Por tanto, experimento la magia de enviar pensamientos generosos y
energía allá a donde voy.
Recomiendo que en tu práctica espiritual
seas generoso y agradecido con tus pensamientos. Cuantos más
pensamientos de «Cómo puedo servir» tengas en lugar de «¿Qué hay para
mí?», más oirás que te responden: «¿Cómo puedo servirte a ti?».
6. Conexión
El
poeta sufi Rumi explicó una vez que los términos yo, tú, mí, él, ella y
ellos son distinciones que no tienen cabida en el jardín de los
místicos. En la conciencia espiritual te ves a ti mismo como una flor de
este jardín y ves a los demás conectados contigo de un modo invisible.
Eso te permite ver la gran cantidad de ayuda que tienes a tu
disposición.
En el nivel de la conciencia espiritual,
sabemos que estamos conectados con todo el mundo. Nos damos cuenta de
que compartimos nuestras preocupaciones y dificultades con todos los
demás. Los problemas no afectan a nuestro cuerpo, a nuestra mente o a
nuestra personalidad, porque hemos dejado de identificarnos únicamente
con nuestro cuerpo, con nuestra personalidad y todos sus logros. En
cambio, empezamos a vernos a nosotros mismos como el amado.
Alimenta tu sensación de conexión con
todo el mundo y también con Dios. Esto te permite apartar a tu ego de
los conflictos. No veas a nadie como a un enemigo, ni mires a nadie
como un obstáculo para la realización.
Este conocimiento, esta conciencia de
que eres parte de todo el mundo te permite eliminar la ira y la
frustración con respecto a los demás y verlos como compañeros en la
resolución de problemas.
Hay personas que pueden ayudarte a
encontrar el empleo que necesitas, a resolver un problema complicado que
parece irreconciliable, a que pongas los pies en el suelo y a resolver
dificultades económicas. Todo el mundo se vuelve un compatriota en
lugar de ser un competidor. Ésta es la conciencia espiritual que yo
practico.
No estamos solos. No somos lo que
tenemos, lo que hacemos, lo que los demás piensan de nosotros. Estamos
conectados con Dios y con todas las creaciones de Dios, y, en
consecuencia, cada uno de nosotros dispone de una serie ilimitada de
recursos para disfrutar de un estado de paz y para resolver los
problemas.
Estar conectado significa, literalmente,
que en cualquier momento de tu vida puedes pedir que el amor que te
rodea y te une a todo el mundo y todo lo demás te guíe. Luego,
abandonas tus imágenes negativas y te concentras en los demás y todo lo
que ves como una ayuda. En esos momentos se materializará la persona o
el acontecimiento que precisas y te ayudará.
En momentos de desesperación, procuro recordarme a mí mismo la bella afirmación hecha en A Course in Miracles: «Puedo elegir la paz, y no esto». Funciona. O empleo a menudo esta afirmación: «No veo nada. No oigo nada. No hay nada separado de mí».
7. Alegría
Por
lo que se refiere a las apariencias, hay algo perceptible en las
personas que han alcanzado un nivel elevado de conciencia espiritual, y
es que dan la impresión de hallarse en un constante estado de
felicidad. En mi vida, el grado de alegría que siento me sirve para
determinar el nivel de iluminación espiritual de que gozo en cada
momento. Cuanto más alegre, feliz, contento y satisfecho me siento, más
consciente soy de mi profunda conexión con el espíritu.
Hazte esta pregunta: « ¿Cómo me siento
habitualmente? ». Si tu respuesta es que te sientes ansioso, angustiado,
dolido, deprimido, frustrado, etcétera, es que estás desconectado
espiritualmente. Esto podría significar que has dejado que tu campo de
energía personal se contamine con las fuerzas debilitadoras de los que
se encuentran en tu espacio vital inmediato. (En el quinto capítulo
hablaré sobre este tema y de cómo evitar que tu campo de energía se
contamine.)
Cuando estás conectado
espiritualmente, no te ofendes y no juzgas a los demás ni les pones
etiquetas. Te hayas en un estado de gracia, libre de la influencia que
pueda tener cualquier persona o cosa ajena a ti.
A menudo me hago la pregunta: «¿Cómo me
siento realmente por dentro?». Si mi respuesta es: «No muy bien», o
«Preocupado», medito y voy a un lugar tranquilo para conectarme al
enchufe espiritual. El estado de alegría regresa de inmediato. Todos los
maestros que han tenido verdadera importancia en mi vida poseían esta
maravillosa capacidad de reír, de tomarse la vida con ligereza, de ser
infantiles y alegres.
Prueba de esta manera tu nivel de
conciencia espiritual y, si no estás alegre, recuerda que nunca estarás
plenamente satisfecho más que en Dios. Me gusta mucho la visión de Erich
Fromm: «El hombre es el único animal que puede aburrirse, que puede
estar descontento, que puede sentirse expulsado del Paraíso». Sólo tú
puedes expulsarte del Jardín del Edén.
Así pues, defino lo espiritual con estas siete palabras: Rendición, amor, infinito, vacío, generosidad, conexión, alegría.
“LA FUERZA DEL ESPÍRITU”
Dr. Wayne Dyer
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