Artículo del diario sobre el nuevo papa. Así es él.
14 de marzo de 2013
Encuentro antes del cónclave
Viajó a Roma convencido de que no sería elegido
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
Llegó a la silla de San Pedro un buen hombre.
El Papa del fin del mundo, como él mismo se llamó, se fue de Buenos
Aires convencido de que volvería como cardenal. "No tengo ninguna
posibilidad de ser papa. La edad me juega en contra esta vez", me dijo
cuando nos despedimos pocos días antes de que viajara a Roma.
No
escondía otra información. No es su estilo. Aunque siempre fue
extremadamente prudente en sus referencias a los problemas de la
Iglesia, sabía que la renuncia de Benedicto XVI había sacado a la luz
varios conflictos irresueltos en el Vaticano. Los cardenales elegirían,
dedujo, a un papa más joven que él, a pesar de que en el anterior
cónclave resultó segundo, después de Ratzinger.
El papa
Francisco es una mezcla equilibrada de pastor y de político. Sus
primeras decisiones y palabras lo pintan de cuerpo entero. Eligió
llamarse Francisco en homenaje a Francisco de Asís, el santo que pidió
por una Iglesia más interesada por los pobres y que practicó la pobreza.
En
su primer mensaje a la ciudad y al mundo rindió un cálido homenaje al
papa Benedicto. Si hay algo que no ignora este jesuita con una cabeza
intelectualmente bien formada son las razones profundas de la renuncia
del anterior papa. ¿Cómo podía desconocer él que "Dios parecía dormir",
según la definición de Benedicto, en los últimos años?
Seguramente,
Francisco no necesita leer el voluminoso informe, de 300 páginas, que
tres cardenales octogenarios le elevaron a Benedicto sobre las peores
prácticas que ocurren en la curia vaticana.
Las conoce. Ese
informe habría inducido al papa alemán a la renuncia. Viejo y, sobre
todo, enfermo, Benedicto concluyó que no contaba con las fuerzas
necesarias para hacer lo que debía hacer. Es decir, cambiar todo. Dejó
esa obra necesaria y perentoria en manos de su sucesor.
El papa
Bergoglio tiene 76 años, pero parece más joven. Tiene una inmensa
vocación del deber y una envidiable capacidad de trabajo. Nunca lo
desalentó ningún desafío y está dispuesto a devolverle a la Iglesia la
normalidad, a sacarla de los rumores palaciegos y a colocarla de nuevo
en el corazón de su pueblo. Viajó con esas ideas, que ahora podrá poner
en práctica.
Ya el entonces cardenal Bergoglio coincidía con el
papa Ratzinger en que la corrupción debía ser desterrada de los palacios
vaticanos. Y suscribía la política de que el IOR, el Banco Vaticano,
debía ser sometido a una intensa y rápida operación de transparencia.
Ese banco no es un problema sólo de los cardenales italianos, como éstos
han tratado de imponer siempre ante el papado. "Es el banco de la
Iglesia y debe actuar como tal", deslizó alguna vez el nuevo papa.
Bergoglio
siempre supo, aunque nunca lo dijo, quiénes eran los cardenales de la
curia romana más vinculados con las sospechas de prácticas inmorales.
El
reinado de Francisco estará marcado por las noticias de cambios, por
las decisiones inesperadas en una corte que se había anquilosado y por
el compromiso irrenunciable del Papa con los seres más desposeídos del
mundo.
Incitó a sus curas en Buenos Aires a meterse en las
villas miseria, a trabajar con los pobres por un destino mejor y a
alejarlos del riesgo de las drogas. Francisco conoce la virtud de la
caridad, pero detesta que los pobres terminen en el mercado del
clientelismo político.
"Ésa es la práctica política más inhumana
que conozco, porque condena a los pobres a la dependencia, a pedir
siempre sin esperanzas", me resumió.
También coincidió con su
antecesor en que la pedofilia no tiene perdón. "Tolerancia cero", me
contestó una vez que le pregunté sobre ese conflicto.
Entre Ratzinger y
Bergoglio había una vieja correspondencia en ese tema. Ambos habían
estado en desacuerdo cuando los colaboradores de Juan Pablo II
protegieron al fundador de los Legionarios de Cristo, el mexicano
Marcial Maciel, acusado de innumerables abusos sexuales.
Puede
predecirse, por lo tanto, que el decano de los cardenales, Angelo
Sodano, secretario de Estado de Juan Pablo II, tropezará a sus 85 años
con la definitiva jubilación. Lleva tres décadas de inmenso poder en el
Vaticano.
Nunca se llevó bien con el kirchnerismo. Bergoglio
cree en los beneficios del diálogo y en la búsqueda del consenso. ¿Hay
algo más distinto a las prácticas políticas que gobiernan su país?
También dio el ejemplo en esa prédica.
Fue el cardenal argentino más
cercano al pueblo judío y también entabló una buena relación con los
referentes locales de la religión musulmana. La comunidad judía siente
por él aprecio y admiración. "Siempre respetaré y protegeré al pueblo de
mi Dios", me contestó cuando le pregunté por su relación tan estrecha
con la comunidad judía.
Cristina Kirchner se resistió siempre a
asistir a las misas del entonces cardenal, ni siquiera a los solemnes
tedeums de las fechas patrias. Temía, en el fondo, sus homilías cargadas
de mensajes sobre las prácticas políticas y sociales de la dirigencia
argentina, llena de referencias sobre una realidad que el poder no
quiere ver.
Ésa es otra faceta del papa Bergoglio: nunca calla
ante lo que considera una injusticia, nunca teme decir su verdad ante
claros errores morales o políticos.
Sufrió más de lo que se sabe
cuando lo vincularon con hechos que nunca cometió y que él atribuyó a
una campaña de desprestigio del oficialismo local. Luego la olvidó y la
perdonó.
La distancia entre ellos era casi palpable, como eran
evidentes las maniobras de la Presidenta para esquivar y ningunear al
cardenal de Buenos Aires.
En diciembre pasado, Cristina Kirchner
recibió al otro cardenal argentino, Leandro Sandri, un viejo exponente
de la curia vaticana. Sandri llegó a Buenos Aires con una réplica del
pesebre de San Pedro, que ese cardenal pretendió acompañar con un
destacamento de la Guardia Suiza, el ejército que protege al papa.
Bergoglio vetó esa iniciativa: "El pesebre no tiene nada que ver con la
Guardia Suiza", dicen que expuso ante el Vaticano. Le dieron la razón.
La Guardia Suiza no viajó a Buenos Aires. Bergoglio nunca supo por qué
Sandri se esforzó en verla a la Presidenta rodeado de tanto boato, pero
no le gustó que el pesebre no se haya expuesto en lugares de fácil
acceso para todos los argentinos.
El tiempo del vasto poder de
Sandri también se agota en el Vaticano. Nunca se llevó bien con
Bergoglio. Sandri es un hombre de gustos refinados y caros, una
expresión cabal de los cortesanos vaticanos. Bergoglio es austero hasta
el extremo.
Sólo por obligaciones protocolares en el Vaticano vestía las
vistosas ropas de los cardenales. En Buenos Aires, se movía, a veces,
en el subterráneo o en el colectivo ataviado con un traje oscuro y el
cuello con la tira blanca de simple cura.
Come frugalmente, nunca
frecuenta los restaurantes caros. Él mismo se hacía sus llamadas
telefónicas. "Soy Bergoglio", solía sorprender a los destinatarios de
sus llamadas. Visitaba las parroquias de su diócesis sin avisar. Llegaba
solo, sin asesores ni secretarios.
El papa Francisco prefiere,
eso sí, que los problemas de la sociedad sean resueltos por el gobierno
de la sociedad. La Iglesia sólo debe aportar su punto de vista cuando la
doctrina, a la que él es muy fiel, resulta agredida.
No estuvo
de acuerdo con la palabra "matrimonio" para las parejas homosexuales,
pero no hubiera objetado el nombre de "unión civil". De hecho, no
promovió ninguna reacción pública de la Iglesia cuando el jefe de
gobierno porteño, Mauricio Macri, autorizó en la Capital la primera
unión civil de personas del mismo sexo. Eso le valió una muy fuerte
crítica de los sectores más conservadores de la Iglesia.
Tiene
una actitud de comprensión también hacia los divorciados, excluidos
ahora de la comunión. "La Iglesia no debe rechazar a nadie; su misión es
la de ayudar comprendiendo al hombre y sus problemas", ha dicho.
El
papa Bergoglio ha marcado ayer varias metas: es el primer papa
argentino, el primer latinoamericano y el primer jesuita. En la Compañía
de Jesús aprendió una lección que lo marcó a fuego: la misión de los
sacerdotes es la evangelización. Nunca se olvidó de que siendo cura,
obispo o cardenal ésa era su primera responsabilidad. Debía cumplirla
aun en los lugares y en las condiciones más desagradables e inhóspitas.
"Hay
que acercar a Dios al hombre, pero, sobre todo, acercar al hombre a
Dios", me dijo en nuestra última conversación. Ésa será también una
prioridad del papa Bergoglio en Roma.
"Ruegue por mí", me dijo
cuando nos despedimos en la puerta del ascensor, poco antes de que se
fuera a Roma. Es su forma habitual de despedirse de las personas. Pero
esa vez lo dijo con un énfasis distinto. Tuve la inspiración fugaz de
que ese hombre sabía que no volvería a su país como un simple sacerdote o
de que lo aguardaban los días más difíciles de su vida.
De: Daian Wai <daian1212@yahoo.com.ar>
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