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miércoles, 3 de abril de 2013

Adrián Salbuchi: ¡Hola!, Chipre… ¡Volvamos a lo básico!

Adrián Salbuchi: ¡Hola!, Chipre… ¡Volvamos a lo básico!

Mucho se viene diciendo acerca de la crisis del euro que hoy estalla en Chipre y que –al igual que sus recientes versiones griega, irlandesa, española, portuguesa e italiana– sigue siendo un tumor maligno en el cuerpo político, económico y social de la Unión Europea.

¿Existe alguna explicación basada en el sentido común de porqué las finanzas de la Eurozona se han vuelto locas, y hoy amenazan matar las economías reales mayormente sanas de las naciones europeas?

La economía: ¿una ciencia exacta o una rama de la psicología?

Cuando transitamos tiempos estables y predecibles, la economía es tratada como una ciencia exacta por banqueros, académicos, periodistas y políticos alineados con los dueños del poder del dinero.

Toda penuria económica o social queda explicada como resultante de las “leyes de la economía” en obediencia a la “mano invisible” del mercado.  La jerga confusa de los economistas jamás nos explica que esa “mano invisible” es movida por un “brazo” musculoso, dirigido por un “cerebro” perverso…

Procuran convencernos que es “normal” que mercados, economías y países enteros suban, bajen, incluso caigan en megacolapsos.  Semejantes tonterías económicas son usualmente suscritas por “genios” salidos de universidades como Harvard, Londres o Chicago, debidamente prestigiados con algún Premio Nobel en economía, y profusamente publicitados por los grandes medios especializados, notablemente el ‘Wall Street Journal’ y el ‘Financial Times’.

Ahora bien: cuando el clima económico se pone muy feo, y las oleadas de inestabilidad monetaria, los vientos de crisis bancarias y los huracanes de pánico empiezan a amenazar con hacer naufragar las barcas de las economías nacionales y regionales, entonces la “ciencia económica” solo ofrece una respuesta: ¡qué cada cual se salve como pueda!  O… que cada banquero logre que el “gobierno” les tire un gran salvataje…

En la economía lo que cuenta es la confianza, sea real o percibida. Esa es la razón por la que las sedes de los megabancos se parecen a verdaderos fuertes o sólidos templos. La idea es clara: cuando se ingresa a un banco, se ingresa al gran Templo del dios Mamón. Los olimpos financieros como los bancos centrales de los países nos exigen que “confiemos” en ellos tal como se confía en Dios al ingresar a una iglesia; quieren hacernos creer que también ellos reinan por los siglos de los siglos.

Pero, como bien lo explica el analista británico Peter Young en RT Op-Edge hablando de Chipre (http://rt.com/op-edge/eu-confidence-crisis-backbone-055/) “la confianza es un asunto intangible.  Medir la confianza tiene algo de magia negra.  Jamás podemos estar totalmente seguros de tener 100% de confianza”.

Así es. Al igual que la virginidad: cuando se pierde, se pierde para siempre. De manera que cuando la confianza titubea respecto de algún banco, o surgen rumores de devaluación, o alguna gran corporación está por colapsar, la “confianza” rápidamente se transforma en corridas bancarias, pánico y colapsos mortales.

Lo que Chipre prueba en el 2013 es que, al igual que la Argentina en 2001, la “confianza” a menudo tiene poco o nada que ver con la realidad, especialmente cuando se la hace pasar por esa fábrica de mentiras que son los multimedios globales.  Pues, como toda percepción, a esa “confianza” se la puede manipular para engañar, confundir, ocultar la verdad y distorsionar la realidad.

Cuando las cosas empiezan a funcionar realmente mal, se mantienen esas mentiras todo el tiempo que resulte posible para darle tiempo a aquellos que sí conocen la verdad, a salirse discretamente y sin sufrir daños del camino de la tormenta inminente. Una vez que están a una distancia segura, entonces sí, ¡que todo se vaya al mismísimo diablo!

Eso ocurrió cuando el colapso masivo bancario, financiero y monetario que sufrió la Argentina en 2001/2: caos social, docenas de muertos en choques con la Policía, 50% de la población debajo de la línea de la pobreza, caída del 40% del PIB y sin embargo…. ¡No cayó ni un solo banco!

Déjà-vu “otra vez”
 
El entonces presidente argentino Fernando De la Rúa y Domingo Cavallo -su ministro de Economía ‘mago’ protegido de Rockefeller y Soros- hicieron todo lo que los megabanqueros necesitaban para superar la tormenta, al tiempo que no hicieron absolutamente nada para ayudar al pueblo trabajador que perdió sus ahorros, sus trabajos, sus pensiones, casas y salud…

No habrá de sorprender que más de una década después, el Gobierno argentino asegura un ambiente de “negocios normales” para los banqueros. Es que los políticos y los banqueros siempre duermen juntos (milagros del dinero, las coimas y las prebendas…)

¿Y qué del pueblo trabajador? Los trabajadores argentinos siguen caídos sufriendo todo tipo de abuso por parte del Gobierno Kirchner: inflación, una prohibición total de acceder a divisas (ni siquiera para viajar al exterior), una persecución fiscal por la agencia fiscal AFIP absolutamente obscena y repugnante.

¿Por qué? Porque cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner debe elegir entre el interés del pueblo trabajador y el de los megabanqueros, sistemáticamente elije a éstos últimos… por supuesto presentándolo con el correspondiente maquillaje y barniz multimediático…

¿Les suena familiar todo esto?  ¿España?  ¿Italia?  ¿Grecia?  ¿Irlanda?  ¿Chipre? ¿El Movimiento Ocupa Wall Street…?

Un pequeño consejo: no le crea a los multimedios.  No le crea a los políticos mentirosos en el gobierno y, por sobre todo, ¡no le crea a los megabanqueros!

¿De qué se trata realmente?
 
Un pequeño ejemplo: si usted está tomando un café con alguien que le vuelca el café encima: ¡Disculpas!  Fue un accidente…

Si es persona vuelve a volcarle el café a los cinco minutos: ¡Mi Dios, qué mala suerte!

Pero si lo vuelve a hacer a los tres minutos, entonces, esa persona ¡LO ESTÁ HACIENDO A PROPÓSITO! Mejor mantenerse bien lejos de ella…

Veamos ahora las recurrentes crisis de bonos soberanos y bancarias: la Argentina sufrió cuatro de estas “crisis de deuda” a lo largo de los últimos cuarenta años, que fueron todas muy similares a lo que luego ocurrió en Estados Unidos en 2008; que fue idéntica a las crisis bancarias del Reino Unido e Islandia, que luego se repitió en Portugal, España e Italia; que luego explotó en Grecia, y que hoy les está robando todo a los pobres chipriotas. ¿Accidente? ¿Mala suerte?   ¡No…! ¡Se trata de un sistema!

En verdad, estamos ante un caso de gigantesco fraude global perpetrado por un poderoso grupo de megabanqueros que, encima lo hace “legalmente”, pues son ellos quienes financian, promueven y controlan los puestos clave de los gobiernos en sus poderes ejecutivo, legislativo y judicial, en casi todos los países del mundo.

Se trate de la Argentina o Brasil; Estados Unidos o Reino Unido; España o Italia; Grecia o Chipre. El mismo cuento; a menudo con los mismos protagonistas banqueros.

¿Por qué?

Porque el compacto y poderoso grupo de megabanqueros globales ha hecho un gran esfuerzo a través de los multimedios, las universidades y sus propios operadores para ocultarnos un factor clave del que nadie jamás habla: la diferencia fundamental que existe entre el dinero público (emitido por el Estado) y el dinero privado (creado de la nada por los bancos privados).

Dinero público son los dólares, euros, pesos y libras que circulan por todo el mundo emitidos por autoridades bancarias públicas, usualmente el banco central con derecho de emisión monopólico. Si cualquier ciudadano privado pretendiera hacer lo mismo, seguro que terminará con sus huesos en la cárcel. 

Y así debe ser, pues falsificar dinero público agrega dinero al circuito de circulación monetario, pero no agrega ningún valor (trabajo) a la economía real. El mensaje al pueblo es claro: ¿Quieres dinero? ¡Trabaja para obtenerlo!

Con el dinero Privado, sin  embargo, las cosas son muy diferentes, pues es creado por el sistema bancario privado, abusando del Factor Multiplicador Bancario que les permite legalmente crear préstamos por montos 10, 20, hasta 50 veces la cantidad de dinero real que tienen en sus tesoros, y luego cobrar intereses por esos préstamos creados de la nada.

Pero la realidad demuestra que este dinero privado creado de la nada es apenas una cifra en su estado bancario o un numerito en la pantalla del cajero automático. Y, como todas las pantallas, puede apagarse en un instante… El mensaje a los banqueros es claro: ¿Quiéres dinero?  ¡Pues créenlo de la nada!

La gente comprende esto instintivamente, lo que explica porque millones de argentinos hicieron largas colas ante los cajeros automáticos esperando recuperar algo de “dinero de verdad” (a pesar del ‘corralito’ impuesto por Cavallo que limitaba las extracciones a apenas 250 pesos semanales).  Once años después y en Chipre se repite exactamente lo mismo: la gente tratando de retirar aunque sea 100 euros por día antes de que se terminen…

La trampa de la Deuda Pública

1) El poderoso grupo de megabancos globales utilizan su influencia y control sobre los gobiernos y los políticos para hacer que se sancionen leyes que hacen que el banco central jamás provea la cantidad correcta de dinero público que la economía real de bienes, servicios e inversión realmente necesita;

2) Entonces, aparecen en escena esos banqueros privados preguntándole al gobierno: “¿Necesita dinero para construir autopistas, financiar la defensa, educación, y la salud? Ningún problema: nosotros le prestamos el dinero que necesiten…”;

3) Entonces, el gobierno toma prestado más y más dinero, endeudándose sin ton ni son; y cuando no pueden devolverle capital e intereses…

4) Los megabanqueros refinancian una y otra vez capital e intereses hasta que la nación víctima  queda aplastada por el peso de una deuda espuria y usuraria.

¡Maravillas del interés compuesto!

¿Qué camino tomaremos?
 
Imagínese que usted es presidente de su país, y necesita construir una autopista de 100 kilómetros que cuesta 120.000.000 dólares y demandará un año realizarla, a razón de 10.000.000 de dólares mensuales con los que se adquirirá cemento, acero, y pagará a constructores, arquitectos, obreros, etc. Todo está listo para comenzar. Usted tiene entonces dos opciones:

Opción 1: Pedirle a la banca privada un préstamo por 120.000.000 de dólares a, digamos, una tasa de interés del 10% anual, lo que significa que usted endeuda al Estado en 132.000.000 dólares. Los bancos que lo financian seguramente tendrán otras exigencias tales como que deberá contratar a tal o cual empresa constructora, aseguradora, consultora, y proveedores de acero y cemento… El costo final de la obra probablemente se acerque a los 140 o 150 millones.

Los políticos irresponsables de hoy toman la vía fácil de echar toda esa deuda dentro del agujero negro del Déficit Público: ¡que el próximo presidente o primer ministro se ocupe!  Mientras tanto, el interés compuesto hace que la deuda crezca y crezca: ¡música para los oídos de los banqueros!

Aún más estúpida es la actuación de países como la Argentina que toman préstamos en dólares para construir una autopista para la que todos los insumos –cemento, acero, arquitectos, trabajadores- están disponibles dentro del país, con lo que todos esos costos pueden pagarse en moneda local sin necesidad de endeudamiento en dividas fuertes, siempre tan difíciles de conseguir…

El resultado final: endeudamiento público en moneda extranjera por un monto 40 a 50 por ciento superior a lo realmente necesario, que seguirá creciendo sin control gracias al interés compuesto.

Opción 2: Usted le ordena a su banco central que emita 10.000.000 de dólares en moneda local todos los meses durante 12 meses. Esto puede que tenga algún efecto inflacionario temporario, que inmediatamente se compensa dado que el gobierno comienza a recuperar parte de esa emisión monetaria, en la forma de impuestos pagados por los proveedores del cemento, acero, y servicios más los aportes laborales de los trabajadores afectados a la construcción de la autopista.

Usted repite esta operación para el segundo, tercer, cuatro meses hasta el mes 12 cuando se termina la autopista.  Resultado final: buena parte de la emisión monetaria volvió a las arcas del Estado en la forma de impuestos, que podrá retirar de circulación, y la emisión restante podrá recuperarla a largo plazo a través del cobro de peaje por el uso de la autopista.   

En realidad, casi toda esa emisión monetaria la terminará absorbiendo la mayor demanda de la economía real, producto directo de esa nueva autopista (estaciones de servicios, restaurantes, nuevas localidades, etc. dónde antes no había nada).

Beneficios: Usted logró una obra de importancia social y estratégica solo utilizando su moneda local y pagando CERO en intereses.  Si hace bien sus deberes, verá como el efecto inflacionario temporario queda neutralizado. Deuda Pública generada: CERO.

Usted juzgue: qué es mejor, financiar las necesidades públicas del Estado con dinero público según la opción 2, o endeudarse con los bancos privados según la opción 1, cuyo interés es que la deuda pública crezca y crezca, incluso más allá de las posibilidades de repago del país víctima, arrastrándolo así a una crisis de deuda soberana.

Así ocurre en país tras país. No se trata de un error.  Se trata de un sistema cuyo objetivo es lograr la dependencia financiera de las naciones.

Es más, quizás el objetivo primario de los megabanqueros sea obtener gigantescas ganancias, pero –más importante aún– el objetivo de los dueños del poder global consiste en que esas deudas públicas impagables les garanticen el control total sobre los Estados.

Para colmo de males, cuando esos mismos banqueros meten la pata en forma irremediable como ocurrió a nivel global en 2008, aparecen los gobiernos y multimedios clamando que hay que salvar a esos bonitos bancos ya que son “demasiado grandes como para dejarlos quebrar”.

¿Usted deposito su dinero en un banco chipriota?  Sorry… va a tener que aportar el 20,50 o 100 por ciento de sus depósitos para salvar a los bancos.

¿Se empieza a entender qué es lo que hay realmente detrás de este sistema perverso, diabólico, fraudulento e inmoral de las “crisis de deuda pública”?

Por Adrián Salbuchi.


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